Parir en casa rodeada de los afectos, con los tiempos propios de cada mujer, en la posición que elija, con música de fondo y en el agua, no es una opción muy frecuente en Corrientes. Si bien esta práctica ha ganado terreno a nivel mundial, en Argentina todavía hace falta un debate profundo, sincero y desprejuiciado sobre la exagerada medicalización, en algunos casos, o cesáreas innecesarias, a las que son sometidas las mujeres cuando van a dar a luz.
Sandra es una mujer correntina que desde el primer momento sabía cómo y dónde quería tener a su bebé: visualizó un parto en el agua y se preparó para ello. “Siendo más consciente en este momento de mi vida de lo sagrado del nacimiento, y del sello que deja la manera de nacer en el ser humano, muy informada y con absoluta confianza en mi poder de parir, me planté a hacerlo en mi casa, donde el respeto por mi cuerpo y el de mi hija sea la máxima premisa”, contó.
Sandra y José Luis son una pareja joven. Se conocen hace dos años y desde el inicio se prepararon para llevar adelante un parto domiciliario. Investigaron y estudiaron hasta el mínimo detalle de todo lo relacionado al tema. Desde el inicio nada fue fácil pero su decisión e instinto fueron superiores a los “obstáculos” que debieron superar.
La incansable búsqueda de un profesional que los acompañe en el nacimiento de su hija y la mirada de desconfianza de algunos amigos marcaron el inicio de un camino dificultoso. Primero consultaron con Claudia Barreiro, una partera de Santa Fe. Allá, la práctica de nacer en la casa está más extendida y aceptada; ella fue un sostén espiritual clave para la pareja.
“La doctora correntina Malena Tabossi, oftalmóloga y médica sintergética, nos contactó con Claudia Barreyro, Doula hace 20 años y partera en la tradición de Santa Fe, donde el parto planificado domiciliario está muy extendido. Claudia fue sin dudas un sostén espiritual muy importante para mí, acompañando mi gestación con mucha luz y sabiduría”, explicó Sandra.
Tras la búsqueda de un profesional capaz
Sandra sabía lo que quería y salió a la búsqueda de una partera que pueda asistirla en su parto. Consultando con una amiga dio con una que trabaja en un hospital público y realiza un curso de preparación para el parto para embarazadas. Así es como se contactan con Claudia Fernández, obstétrica por formación, partera desde el corazón, quien cimentó sus conocimientos en sus años de trabajar en las comunidades aborígenes de: Formosa, Misiones, Chaco y Bolivia. Extrañamente en Corrientes hay muy pocas parteras, son un recurso humano crítico, sin dudas.
Claudia considera fundamental la información que debe tener una mujer para poder llevar adelante un embarazo saludable y sin miedos. “El miedo muchas veces lleva a la mujer a creer que sufrirá horrores y que será una experiencia dolorosa. Cada parto tiene su particularidad, ninguna mujer llega a tener dos nacimientos similares. La información es clave a la hora de transitar el bello camino de la maternidad”, aseguró Fernández.
El vínculo entre Sandra y su partera se forjó y afianzó en todo el embarazo. Crear una relación de confianza fue clave para llevar adelante el deseo que tenía la pareja. “Para mí fue de gran ayuda poder agregarle a mi mirada del nacimiento un plus extraordinario e invalorable como lo fue la experiencia que tuve con Sandra. Fue sin dudas un proceso hermoso”, dijo Claudia.
Sandra le dio a su embarazo un profundo significado espiritual. Mucho antes del alumbramiento, junto a sus hijas, prepararon un altar donde a diario agradecían y visualizaban el parto ideal. “Honrábamos a mis ancestros y a mi linaje femenino. Millones de mujeres han atravesado el umbral antes que yo, han podido parir. Sin dudas la fuerza de ellas está en toda mujer”, contó Sandra.
Así transcurrieron los meses hasta que llegó el día esperado. El miércoles 9 de marzo a las 5 comenzó el trabajo de parto. Rodeada de su familia, con música de fondo y la melodía del teclado de José Luis transcurrió gran parte del trabajo de parto. Con técnicas de respiración y gimnasia en las esferas Sandra logró disminuir los dolores. El trabajo de parto fue de casi 12 horas, lento pero estimulado y con amor.
A las 15:45 cuando Claudia examinó que la dilatación estaba en nueve centímetros y la bolsa aún se sentía, Sandra gritó: -¡Rompela, Clau! Mientras la Obstetra tomó de su mano y con mucha calma le contesto: “Tranquila, podemos esperar un poquito más”. La ayudó a levantarse y las dos paradas continuaron con el trabajo de parto, con música de fondo y luz tenue.
La llegada
Cuando el alumbramiento se aproximaba, José Luis se apuró en cargar la pileta que habían preparado en medio de la sala, la llenó con agua caliente y con un termómetro controlaban la temperatura. Los vecinos fueron partícipes del gran evento colaborando con baldes de agua caliente.
José Luis subía y bajaba por las escaleras hasta la sala para llenar la pileta que empezaba a tener una profundidad aceptable. En ese instante se escuchó un ¡plaf! Los ojos de asombro de Clara (la mayor de las hijas) mirando los pies mojados de su madre le marcaron a la partera que la bolsa se había roto.
¡José! -gritó Claudia- para que él la sostuviera y ella pudiera examinar en qué plano del canal de parto estaba la beba. Cuando lo hice -contó Claudia- noté la dilatación completa. El aroma a vida inundó la sala, Nachi, la más pequeña de la casa, sentadita en el sofá miró atónita lo que ocurría, “hasta que le aclaré que estaba todo bien y normal, que su ansiada hermanita estaba muy cerca”, comentó Claudia mientras Sandra empezaba a pujar más fuerte y prolongado. El canal de parto estaba preparado para que América viera la luz.
Acompañada del sonido mántrico del om, Sandra volvió a pujar. En ese instante la partera preguntó si quería que naciera allí o en la pileta. Sandra eligió la pileta. Nachi preparó su cámara, la familia había deseado mucho este momento y decidieron registrarlo bajo muchos formatos.
José Luis tomó a Sandra, la acomodó en el agua suave y amorosamente, la sostuvo por detrás y la acompañó en el alumbramiento. Clara, desorientada y con una mezcla imparable de emociones, se ubicó por detrás de José Luis afuera de la pileta.
“Yo tomé mis guantes mientras sentía que mi corazón rebozaba de luz. Fueron unos instantes que se sucedieron lentamente, porque aún con lo maravilloso que se venía sentía en mí una paz, una calma y un control de mis actos que al ver salir la cabecita de la beba y su cuerpo tomado por su madre me desbordé en un grito de alegría que ni yo recuerdo”, contó Claudia.
Sandra arrodillada y levemente inclinada hacia atrás pujó y rápidamente América se hizo lugar a la vida. La madre la recibió de mis propias manos y la llevó a su pecho. Claudia liberó su cuellito del sagrado lazo umbilical. “Hola América”, la nueva tierra respira y llora en la sala. Todos lloran, menos Sandra que sonríe triunfante buscando la mirada de mi tribu, extática.
Su piel rozagante, su llanto espontáneo y el líquido claro observado antes del nacimiento por la profesional marcaron el nacimiento de una niña sanita. Eso sí, con mucha hambre. En los brazos de su mamá América se prendió de la teta, para dar lugar a la comunión perfecta.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda iniciar la lactancia antes de abandonar la sala de partos. Esa primera conexión madre e hijo es muy importante en todos los nacimientos pues marca el vínculo inicial, la relación, que van a tener toda la vida.
Sandra salió de la pileta y se ubicó en el sofá, allí alumbró la placenta y la bolsa amniótica, minutos después del nacimiento. Cumpliendo con el deseo de la madre, se conservó la placenta en un recipiente limpio y se cortó el cordón umbilical.
Sensación maravillosa
Las estadísticas demuestran que la ciencia médica redujo significativamente la posibilidad de muerte en un parto, en relación a décadas pasadas, pero la institucionalización al extremo derivó en cesáreas innecesarias, forceps, episiotomía y algunas técnicas cuestionadas que alteran el normal desarrollo de un parto natural.
“Una mujer embarazada que va dar a luz no es una enferma. Lo que necesita es: contención, paciencia, información y tiempo, los tiempos propios de cada mujer para que puedan desarrollar las fases del parto con paciencia, amor y sin apuros”, aseveró Claudia.
El tiempo y la tecnificación fueron arropando ese conocimiento natural que tiene el ser humano de su existencia. Ese conocimiento empírico, esa sabiduría de la abuela, de los arandú, de la gente de campo, que no conoce de nuevas tecnologías y avances científicos, pero sí de las señales que muchas veces da la naturaleza y nuestro cuerpo.
Esta sabiduría indica, con experiencias diarias en el mundo animal, que todas las mujeres están naturalmente preparadas para parir sus hijos, por ello la cesárea debería ser sólo en casos especiales. Volver a lo natural, no es una añoranza del pasado, sino darle el lugar que corresponde a la tecnificación: los casos de riesgos o las complicaciones.
“Conozco muchas mamis que por falta de información y contención están llenas de miedo y se sienten incapaces de no poder parir naturalmente a sus hijos, entonces optan por una cesárea programada”, contó Claudia.
Parir un hijo es la sensación más maravillosa que puede tener una mujer, verlo salir y poder agarrarlo, sin estar bajo los efectos de un parto inducido, sintiendo con plenitud y consciente de lo que está pasando en rededor, sitúa a la mujer en contacto con su ser más primitivo. Ese reflejo, de protección, esa unión indisoluble que resplandece al momento de dar a luz es un instante que se repite en todas las madres que viven su alumbramiento desde los inicios de la humanidad. Una explosión de amor de máxima pureza.
América hoy crece saludablemente, llegó al mundo con el pan bajo el brazo y con una gran historia para contar.