Vocación de médico, a corazón abierto

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Tiene casi 60 años, se jubiló como Jefe del servicio de cirugía en el hospital San Juan de Dios de La Plata. Y en 2012, fue reconocido por haber cumplido más de 5 mil operaciones a corazón abierto.  José Como Birche logró junto a su equipo lo que a muchos les gustaría: reducir las listas de espera de cirugías casi a la mitad, recorrer el mundo para disertar en congresos y oportunidades de formación y también conocer a Favaloro, con quien compartió quirófanos alguna vez. En los últimos años, se dedica a la actividad privada, como consultor. Sin embargo, su figura como personalidad saltó del anonimato a los medios de manera casual, y desde entonces, lo llamaron el “médico cartonero”.

Cada tanto visita Corrientes, donde ya cultiva afectos que lo traen a la provincia.

Nacido y criado en un hogar humilde y trabajador, mantiene su sencillez y no ostenta sobre sus logros. Cree que su camino, “es el igual al de muchos otros que se esfuerzan y trabajan cada día”. No habla de negocios, de ganar dinero, ni de ser famoso. Cuando José Como Birche cuenta el camino que lo llevó a ser “noticia” – tras un encuentro casual con la prensa en 2012 –  asegura que nunca se propuso hacer de su vida “un relato”.

Sin embargo, es un ejemplo. Y más allá de las interpretaciones filosóficas de la meritocracia, o del estigma que pueda tener la connotación de la figura del “hombre hecho a sí mismo”, el doctor que logró superar las 5 mil cirugías de corazón desde un hospital público, analizó junto a Crónicas de Agua qué significa para él ser exitoso.

Y tiene una formula, una regla básica que incluye tres letras D: deseo, determinación y disciplina.

Vocación de médico, a corazón abierto
  • ¿Quiénes fueron tus aliados para lograr tus objetivos?

Mi madre, siempre. Estuvo a mi lado y me acompaño en cada paso. Ella me crió, aunque mi padre biológico nos abandonó cuando yo era muy chico. Ella tuvo que sacar la familia adelante, trabajaba en casas de familia y también durante mucho tiempo bobinó motores eléctricos. Se los traía a la casa, porque no me podía dejar solo. Muchos años después se volvió a casar,  con el hombre que sería mi padre del corazón. Su preocupación era que yo pudiera estudiar, que fuera a la escuela correctamente vestido, que tuviera hechas mis tareas y tuviera útiles. Solo con el tiempo, cuando fui avanzando en la escuela, me di cuenta que ella no sabía leer ni escribir. Sin embargo me respaldó siempre, y estudiar fue una prioridad, no importa si teníamos mucho o poco. No tenía nada que ver eso. A lo largo del tiempo, también mis compañeros, docentes, amigos y jefes fueron buenos aliados. Cuando uno tiene claro un sueño, aparece la ayuda.

Su preocupación era que yo pudiera estudiar, que fuera a la escuela correctamente vestido, que tuviera hechas mis tareas y tuviera útiles.

LA CITA

  • Solo con el tiempo, cuando fui avanzando en la escuela, me di cuenta que ella no sabía leer ni escribir.

Sin embargo me respaldó siempre, y estudiar fue una prioridad, no importa si teníamos mucho o poco. No tenía nada que ver eso.

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  • ¿Fuiste buen estudiante?

Debía serlo, sobre todo en la secundaria, porque como había tenido promedio de mejor alumno y mejor compañero en la primaria el Rotary Club me otorgó una beca para la secundaria. Pude sostenerla hasta tercer año. A los 15 tuve que salir a trabajar para ayudar en casa, y entonces me pasé a la escuela a la noche. Comencé en una fábrica de refrigeración, era la más importante de mi pueblo, Villa Elisa. El 80 por ciento de la gente trabajaba ahí. Fue mi primer trabajo, luego vinieron muchos más. El desafío era conseguir ingresos, pero con ocupaciones que me dejaran tiempo para continuar los estudios.

 

  • ¿Te molesta que, cuando se refieren a vos en los medios, te mencionen como el “médico cartonero”?

No, para nada. Me parece muy respetable lo que cada uno pueda hacer para ganarse la vida, siempre que sea honesto. No me suena peyorativo, solo que no es tal cual la realidad. Lo hicieron por un enganche periodístico al titular la nota así. Lo que yo hacía, con otro amigo, es recorrer casas donde nos guardaban revistas, diarios y papeles. Los acumulábamos hasta que teníamos determinada cantidad y entonces los vendíamos en una papelera. Eso nos servía para fotocopias o para pagar los pasajes de colectivo. Pero siempre tuve trabajos distintos.

Como había tenido promedio de mejor alumno y mejor compañero en la primaria el Rotary Club me otorgó una beca para la secundaria.

LA CITA

  • El desafío era conseguir ingresos, pero con ocupaciones que me dejaran tiempo para continuar los estudios.

A los 15 tuve que salir a trabajar para ayudar en casa, y entonces me pasé a la escuela a la noche.

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  • ¿Cuáles otros trabajos tuviste?

Hacía de todo, lo que podía. Desde venta ambulante, cobrador de rifas, mucho tiempo trabajé como carpintero, mecánico y  ayudante en talleres de chapa y pintura. Pintaba casas, arreglaba jardines. Como estudié en una escuela técnica, podría dedicarme a distintos oficios que me dejaran tiempo.

  • ¿Cómo administrabas la energía para estudiar?

El tema con medicina, es que las cursadas cambian. No te tocan las clases siempre a la misma hora y lugar, te toca cada vez en otro hospital o en otra aula. Entonces todo lo que hacía tenía que ser flexible. Si podía organizar los horarios, siempre quedaban fuerzas. Y estaba muy motivado.

 

  • ¿Cuándo tuviste conciencia de tu vocación hacia la medicina?

Lo lógico hubiera sido alguna carrera técnica, porque venía de una escuela técnica. Pero la biología siempre me llamó la atención, desde chiquito. Con animales, mirándolos. Eso fue lo que influyó. Después fueron otros los motivos que me llevaron a la especialidad que hago.

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  • ¿Cómo fueron los primeros pasos?

Ingresar fue muy difícil, era muy  difícil en esa época de la dictadura militar, no había muchas vacantes. Había nada más que  250 por año. Muy poquitos podían entrar. De esos, 50 estaban reservados para egresados a colegios nacionales, 50 destinados a colegios militares. Así que eran 150 los cupos reales, para unos 4 mil inscriptos. Entonces, poder entrar era muy complejo. El curso de ingreso lo di varios años. Y siempre mi promedio fue superior a 9.70, e igual no podía entrar.

 

  • ¿Pensaste en desistir y estudiar otra cosa?

No, estaba convencido. Así lo hubiese tenido que rendir 10 veces más, lo hubiera hecho.  Tras varios intentos,  coincidió todo: en el cuarto año que estaba por rendir el examen, fue el momento en que asumió Alfonsín y se sacó el ingreso restricto. Ahí entramos los 4 mil, todos juntos. Pero todavía quedaba continuar. Fue justo esa transición. Se liberó el ingreso, y después cursar tanta gente era muy difícil, porque no había capacidad. Por eso, aprobar cada materia fue mucho más exigente.

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  • De esa etapa de estudiante, ¿cuáles fueron los obstáculos más difíciles?

Muchos. Pero el principal, el económico. Mi mamá trabajaba todo el día, también mi padre del corazón. Y yo, con las changas que podía. De todos modos, no alcanzaba para comprar libros. Entonces iba a la facultad a copiarlos a mano. Y no era tan frecuente estudiar con fotocopias. Además, nadie se fotocopiaba un tratado de medicina. O se compraba el libro, o se conseguía de alguien que lo tuviera. Y yo no tenía a nadie cercano que pudiera prestármelos. Tampoco lo podía sacar de la biblioteca, porque éramos tantos que nunca había suficientes. Peros siempre quedaba un libro de consulta, ese era el que yo copiaba. Me terminaba haciendo conocido de los bibliotecarios.

(NR: José copió los cuatro tomos del tratado de anatomía, unas casi 5 mil páginas, con ilustraciones incluidas).

 

  • ¿Sacaste algún provecho en particular de esa dificultad?

Sí, sobre todo en anatomía. Hacer los dibujos daba un valor agregado al estudio, porque era muy fácil después recordarlos. Una vez que lo tenías, ya estabas estudiando. Y era más fácil para rendir. Todo lo que aprendí de eso, también me sirvió de base para las primeras experiencias laborales que tuve después. De todas formas, cuando rendí me saqué un 1.

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  • ¿Porque?

Había dado un teórico brillante. Con un 9. Pero cuando fui al práctico, el profesor que me tomó era muy malo. No le gustaba nada. Nadie aprobaba con él. Siempre era de hacer preguntas difíciles, complejas. En anatomía uno agarra un brazo y pide que se señalen músculos, venas, arterias, huesos. El tipo sin embargo me dio un corte de cerebro y me pidió que indicara por dónde  exactamente pasaba cada vía sensitiva y motora. Y para alguien que recién empieza, es muy difícil eso. Me tiró una lengua y me pidió que marcara los músculos. La lengua cortada es una cosa toda roja, yo señalaba lo que podía, pero él exigía exactitud. Y así, me fui con el 1.

 

  • ¿Y cómo se resolvió?

Cuando pasa eso, que tenés un teórico brillante pero un práctico muy malo, vas a lo que se llama “repechaje”, donde el titular de la cátedra es quien te tiene que evaluar en el examen. Ese desempate, no lo quise dar. Estaba tan frustrado, que no me animaba a presentar. Y fue la única vez en toda la carrera que me planteé no continuar. Y abandoné.

 

  • ¿Tiraste la toalla, dejaste de estudiar?

Si. Eso habrá sido en diciembre. Pero por febrero me llamó un amigo que estudiaba algunas materias conmigo y que le costaba mucho anatomía. Y me dijo: “Voy a rendir en marzo, me das una mano?”. Así que fui por ayudarlo, a estudiar con él las cosas que más dudas tenía. Hasta que en marzo me avisó que se inscribió para rendir, y me inscribió a mi también.  Y como yo ya había abandonado, no tenía nada que perder. Lo acompañé a rendir, y entre. Y aprobé.

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Había dado un teórico brillante. Con un 9. Pero cuando fui al práctico, el profesor que me tomó era muy malo. No le gustaba nada. Nadie aprobaba con él

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  • Me tiró una lengua y me pidió que marcara los músculos. La lengua cortada es una cosa toda roja, yo señalaba lo que podía, pero él exigía exactitud. Y así, me fui con el 1. Entonces decidí abandonar.

Me dio un corte de cerebro y me pidió que indicara por dónde  exactamente pasaba cada vía sensitiva y motora. Y para alguien que recién empieza, es muy difícil eso.

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  • ¿Ejerciste la docencia?

Si. Enseñaba cirugía, en una sub catedra. Sirvió tener contacto con los chicos, tratar de entender por dónde van las inquietudes. En el caso de esta especialidad, que no es básica, antes de ser cirujano cardiovascular, tenes que ser cirujano general. Y para que un cirujano cardiovascular de una clase a un chico que está estudiando medicina, la brecha de formación es muy grande. Sirve para hacer comprender lo general. Aprender a ver una isquemia aguda en una pierna, sospechar que una carótida tiene una lesión, explicar la anatomía del corazón y ver cómo se comporta. La experiencia fue buena.

 

  • ¿De qué manera comenzaste a dar disertaciones?

Por pura casualidad. Estaba ya ejerciendo como jefe de servicio, y vino un Ministro de Salud de visita. Con él, la comitiva de prensa y otros funcionarios. Y el Director del hospital, que me conocía de toda la vida, desde estudiante, comentó un poco sobre mi vida. Yo nunca le había contado nada, pero el me conocía. Cuando comentó eso,  comenzaorn a llegar los llamados desde los medios. Primero un diario, luego otro. Se hizo como un reguero, empezaron notas en televisión. Yo no tenia intención, no se me había cruzado por la mente contar nada de esto, porque me parecía que lo que yo hacía en mi profesión, era algo natural. Tener carencias y superarse, son circunstancias que le pasan a mucha gente. Tengo un montón de amigos que se recibieron manejando taxis, trabajando de mozos. No era tan extraño. El tema es que tiene mucha significancia ser cirujano de corazón para la gente. Por Favoloro, por lo que significa su ejemplo.  Cada uno a su corazón, lo asocia con los sentimientos. Más allá de lo anatómico y funcional.  Entonces, que alguien sin recursos que llegue a ser un cirujano de corazón, llama más la atención. De ese modo comencé a contar cómo fue mi carrera de estudiante y de profesional, y ese relato fue sirviendo para motivar a otros.

¿Cómo lo conociste a Favaloro?

Porque en un reportaje, él había afirmado que no conocía a ninguna mujer que fuera cirujana de corazón. Y mi jefa de servicio lo era. Entonces alguien del hospital le escribió para contarle eso. Y él visitó el San Juan de Dios para conocerla. Ella operó, conmigo como ayudante, y el doctor estuvo presente mirando. En tres oportunidades tuve ocasión de conversar con él, y tener a esa personalidad tan grande cerca fue una gran experiencia. Además de su idoneidad profesional, como persona era ejemplar, por sus valores. Es uno de nuestros próceres, sin duda.

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  • Visitaste y trabajaste también en el exterior, ¿qué aprendizajes rescatas?

En cada lugar, se aprende algo. Sea el centro con más tecnología o el lugar con menos recursos, se aprende alguna técnica nueva, un sistema que uno no tiene. Me gusta mucho la cirugía de Brasil, que es similar a la nuestra. Lo mismo en México. En Estados Unidos tienen mucha más tecnología. Un cirujano cardiovascular argentino está acostumbrado a resolver las dificultades con mucho menos, no depende de la aparatología, y no tiene nada que envidiar a profesionales de otras partes del mundo. Algo diferente es en China, donde se operan 50 pacientes cardiacos en un día. El promedio mensual aquí no supera los 30.

 

  • La cantidad de pacientes en espera por una operación de corazón en el sistema público ha sido uno de tus desafíos. ¿Cómo fue?

Era un objetivo compartido con los compañeros del servicio, achicar la lista de espera. Quien aguarda una cirugía de corazón, está al borde de la muerte. Y la espera también mata. Lo logramos, en conjunto, porque todos nos propusimos romper esa barrera.

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  • ¿A qué se deben esas listas tan largas?

A muchos factores, pero el principal es la falta de políticas a largo plazo. Y también a que en el sistema de salud, todo el mundo gana lo mismo. Operes a uno o a cien, ganas lo mismo. La enfermera que tiene tareas más complejas gana lo mismo que otras. NO hay un sistema de premiación por méritos, ni económico ni en capacitaciones. Y eso, nivela para abajo, y resiente todo el sistema. Si se premiara el mérito, la constancia, la vocación y el esfuerzo, la superación y el compromiso, funcionaría distinto. Eso pasa en muchos planos, en educación, política y la justicia, que son pilares para la sociedad. AL que se compromete, habría que ayudarlo, permitirle capacitarse, becar especializaciones, comprarle libros, tecnología. La gente que se esfuerza es el motor del desarrollo, hay que ayudarlos a salir adelante.

 

  • Entonces, ¿superarse depende del sistema?

Sí en parte, no exclusivamente. En la base siempre está uno, y quienes lo acompañan en ese desafío. Ayudaría que el sistema, público y privado, acentuara el respaldo a quien hace el esfuerzo, y también al apoyo del entorno más cercano. Pero el núcleo está en uno mismo: cuando uno tiene un sueño y está dispuesto, el resto se acomoda y aparece. Repito la fórmula: tener un deseo, la determinación para lograrlo, y la disciplina.