Los elegidos de San La Muerte

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Fotoreportaje: Pablo Fernández

Creer o reventar. Para las miles de personas que le rinden culto, “San”, “Santito”, “El Señor”, o “El señor de La Muerte·, son solo formas de llamarlo. Lo importante es que quien lo respeta y  le reza, “será recompensado con lo que se le pide”, dicen sus devotos. Es cumplidor y además, es él quien elige a sus seguidores. Mari, dueña de uno de los santuarios más importantes de la ciudad en honor a su imagen, cuenta su propia historia y el origen de una devoción profunda que busca salir del ocultamiento.

“Siempre cumple”. Así lo aseguran cientos de placas grabadas y colocadas en las paredes de todo el frente de la casa de Mari Silvero, “La Mari”, o “Mamá”, como la llaman quienes forman parte de la congregación de Servidores de San La Muerte. Las palabras se repiten y en todas hay un mismo mensaje: gratitud. Por la salud, por trabajo, por sus hijos, por los favores recibidos.

Mari tiene 41 años al servicio del Señor de la Muerte. Tiene los años, y casi hasta los días, contabilizados. Porque, aunque fueron sus padres – en especial su papá Olegario – quienes le transmitieron la devoción y el respeto por el santito, recuerda exactamente cuándo fue que resulto “elegida” tras haber “recibido el sueño”.

Los elegidos de San La Muerte

A diferencia de otras figuras de creencia popular, en el caso de San La Muerte, dicen que es él mismo quien elige a sus seguidores. En especial a aquellos a quienes encomienda la tarea de servir a su favor. Y Mari fue elegida.

En su casa del barrio Nuevo la visita toda clase de gente. Pobres o ricos, personas con conflictos con la ley, profesionales, gente enferma, familias con niños, abuelas y adolescentes. Y aunque no sea bien visto o incluso prohibido, han ido a verlo curas. Muchos de los que hoy son servidores en su casa,  con el tiempo devenida en santuario, a la dueña del lugar la llaman “Mami”.

Mari ronda los sesenta años pero no se le notan. Su energía parece la de alguien más joven. Es enfermera, también hace peluquería. Se casó y tuvo varios hijos, pero durante su vida perdió unos 12 bebés. Su marido murió y entonces enviudó. No tuvo una vida fácil. Sin embargo, se brinda como si no tuviera ningún dolor. Recibe a todos, los abraza, habla con cada uno, se ocupa de atenderlos, escucharlos y darles consejo. Y casi siempre recomienda lo mismo: “rezale al Santito, y tené paciencia”.

Como cada 15 de agosto, su casa se llena de gente desde la víspera. Para la liturgia católica la fecha celebra la asunción de María, la madre de Jesús, a los cielos. Mientras que para el culto sincrético que tiene orígenes de la fusión cultural entre guaraníes y españoles, es el día de homenaje a San La Muerte.

En lo de Mari, la fiesta se organiza con meses de anticipación. Los devotos van acercando maples de huevo, paquetes de harina, alimentos, velas y distintos insumos que luego terminan en una celebración que inicia en la víspera, el 14 de agosto.

Desde la tarde se comienzan a agolpar allí los fieles. Algunos recorren miles de kilómetros para estar presentes. Rezan juntos, piden por sus intenciones, y al final, comparten sus testimonios de fe. Una fe que durante siglos fue ocultada en secreto por los seguidores de esta figura que se parece tanto a La Parca. Y que ahora, cada vez más, se practica en público y sin ocultamientos.

“Pidan con fe y cumplan lo que prometen, el Santito siempre los escucha y les cumple los pedidos pero con sus tiempos, así que a armarse de paciencia y a no perder la fe”, recomienda una de las fieles en el santuario.

Los elegidos de San La Muerte

Hacerlo conocer

 

Los testimonios comienzan en la víspera y repican entre emociones intensas. Una mujer cuenta que superó la enfermedad del cáncer, y que lo sirve porque él le manda pruebas. Mari al final la abraza y susurra en el oído algo que podría ser una “bendición”.

Norma llegó hace tres años al santuario. “En realidad vine a buscar los consejos de Mari, a preguntar por un tema laboral. Y así llegue al Señor. No pidan pensando que van a tener todo mañana. Él va a decidir cuándo.  Yo tengo mi trabajo, que es lo que más quería”, dice.  “

“La quiero a Mari como si fuera mi mamá. Llegué acá cuando tenía 12 años. Le quiero agradecer al Señor por la salud de mi nieta que tiene cinco meses y nació con las fosas nasales obstruidas por dentro. Ya le hicieron tres cirugías, y gracias a la fe, contra todos los malos pronósticos, ella está bien ahora”, relata Elena.

Una mujer que llegó por primera vez este año al santuario cuenta que tras haber intentado quitarse la vida, fue allí donde encontró tranquilidad. “Me hizo soñarle. Él me trajo. Ahora puedo salir adelante”, afirma convencida.

Los elegidos de San La Muerte

Miriam es una mujer de sesenta y largos que vive en Mendoza. Desde hace 17 años acostumbra, cada 15 de agosto, presentarse en el santuario que Mari erigió en honor a San La Muerte. “Me ha brindado muchas cosas, me ha ayudado, me ha protegido. Y nunca le he pedido nada que no corresponda”, aclara. A partir de su devoción, la fe por el Señor de la Muerte se diseminó entre sus hermanos y vecinos. “Todos lo respetan, lo tienen en sus casas, en la entrada o en una estampita. Yo le he hecho un altar”, relata. Una mujer que ruega por la salud de su nieto recién nacido cuenta su historia.

LA CITA

  • “El primer año me avergonzaba. No contaba ni loca que había estado acá, ni que compartía algo con él. La gente es adversa a verlo y lo culpan cuando pasan cosas malas. Pero ahora estoy orgullosa de hacerlo conocer, a quien sea. Porque es bueno y protege, son las personas las que hacen los males”, afirma.

Entre más de 20 testimonios que se escucharon en casa de Mari el último 14 de agosto, hubo uno especialmente escalofriante. Fue el de Daniela, una joven con una larga cabellera lacia y mejillas rosadas. “Vine cuando tenía 8 años. Tenía un mal, un espíritu por mí. Veía muchas visiones”, cuenta. Cuando la llevaron allí sus padres, la recibió Mari y estuvo con ella varias noches. “Fue muy grande el cambio que sentí. Tengo 18 años y vengo siempre que puedo. Por eso estoy acá, sirviéndole”, sintetiza  Daniela. Mari la abraza y añade. “Ella estaba como en la película de Emily Rose. Gracias señor de la Muerte por estos milagros”.

El origen

Ya entrada la madrugada del 14 de agosto, un grupo de jóvenes “servidores” convierte – con telas y distintos objetos de utilería – la galería de la casa de Mari en un pequeño escenario teatral.  En un costado, el altar muestra un San La Muerte de más de dos metros de alto, vestido de capa amarilla y con los ojos iluminados de rojo.

El frio de agosto se mete entre la ropa, pero la gente se queda hasta el final.

Una cortina de humo abre el espectáculo, y vestidos de aborígenes comienzan a entrar a escena. Por un lateral del remozado garaje, transformado en paisaje de los Esteros, aparece un hombre vestido de monje franciscano.

Una voz en un altoparlante relata la leyenda que – aseguran – dio origen a la canonización popular del santito. Según esta versión, se trataría de un monje que curaba a los aborígenes y humildes en la provincia de Corrientes en el año 1750, quien por ello fue acusado de brujería y fue encerrado en una celda con puerta sellada.

Los elegidos de San La Muerte

El apodo del Señor de la Muerte se le habría otorgado por su preocupación de curar a los leprosos y sus restos consumidos encontrados en forma vertical, anormal en la muerte humana.

También se cree que su inicio deriva de la religión guaranítica. Algunas tribus veneraban los huesos de los antepasados a quienes pedían protección contra los fenómenos naturales y las fuerzas espirituales malignas. (Otras tribus temían el contacto con los restos humanos y los evitaban) En tiempos de las Misiones jesuíticas guaraníes, a mediados del siglo XVIII, la creencia se mezcló con elementos de la fe católica, pudiendo afirmarse que el origen se puede rastrear en este sincretismo.

Para el antropólogo José Miceli además, los rasgos de San La Muerte tienen otras influencias. En los últimos años este culto ha cobrado protagonismo en hechos criminales, lo que ha reforzado su ya antigua asociación con el mundo criminal y carcelario. Esto ha vuelto a la práctica religiosa en sí misma como controversial y polémica a los ojos del público en general.

Su agresividad y su vinculación a la muerte y al destino explican la preferencia que tienen por él quienes delinquen o han delinquido, ya que, en las creencias sentidas se le atribuye el poder de evitar la muerte, ocasionar la muerte a los enemigos o aún proporcionar una “buena muerte”.

También se le atribuye el poder de quitar el payé, sanar, hallar objetos perdidos, solucionar problemas de pareja, favorecer en el estudio, en el trabajo y en el destino en general.

Su “mala prensa” también esta cimentada por su capacidad para actuar para el bien y para el mal. Incluso lo distinguen de otros santos por su carácter vengativo con quienes le piden favores  y no cumplen con sus promesas.

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Herencia

“Mi papá decía que quería vivir cien años, para curar a la gente”, recuerda Mari. Su padre, Olegario, se quedó ciego siendo muy joven. Y solo con sentir llegar a alguien a su casa, “sabía sus intenciones y cómo era”, asegura la mujer.

Su papá y su mamá,  y también sus abuelos, eran devotos de San La Muerte. Sin embargo, ella dice que no heredó de ellos su devoción. Que ella fue “elegida”.

“De mi papá herede la firmeza, la decisión, el ser responsable, el cuidar la cosas, mantener la mente abierta, no temer a nada ni a nadie si estás en el camino del bien, a no mentir, a no deber”, enumera. “Esas enseñanzas las llevo conmigo”, remarca. De sus abuelos maternos – cree – también vienen sus dones. “Mi abuela era comadrona, cuando había parto acomodaba al bebé con la oración. Ponía un sombrero sobre la panza y sal gruesa. Y al rato la criatura se posicionaba para nacer. Era capaz de curar con la palabra”, destaca.

Y ella, también cura. Pero “lo hago con fe, con oración y con abrazos. ¿Quién no necesita contención?”, se pregunta. No obstante, atribuye su entrega al “santito” por una revelación.

“Hace 41 años comenzó mi vinculo, fue cuando recibí el sueño”, dice. “Fueron varios. El primero fue muy raro: veo una persona vestida de túnica blanca, sin verle la cara, me advierte que van a venir cosas que voy a tener que solucionar. No entendía nada”, relata y usa el presente para contarlo.

Para intentar aclarar el sueño misterioso, acudió a una curandera. “Te están buscando espiritualmente. Tenés que preguntar de quién se trata. Acostate y rezá, y pregunta qué necesitan de vos”, le aconsejó la mujer.

LA CITA

  • El siguiente sueño le mostró una mesa con cartas. “Son los problemas vas a tener en la vida, y estas son las respuestas”, escuchó, aunque seguía sin entender. “Ya no tenía miedo, me intrigaba”, asegura. “Ya fuiste elegida”, le dijo la curandera cuando escuchó el relato.

Fue en el tercer sueño cuando pudo interpretar un mensaje. “Desde un esquinero, baja una estampa con una tela de araña y se queda parada, de espaldas. Soy yo quien lo hace darse vuelta. Era el señor de la Muerte. Junto a él bajó también Santa Catalina y San Antonio. Ahí fue cuando entendí lo que necesitaban de mí: que fuera su instrumento”, explica.

 

Dos existencias

“Las videncias que suelo tener a veces me muestran cosas feas, accidentes, muertes violentas. Pero yo prefiero no decir nada, no dar ese aviso. Solo puedo acompañar o contener”, explica Mari. “Nadie está preparado para que le digan algo así. Sin embargo, todos vamos a morir. Yo no tengo miedo”, sostiene.

Desde las primeras “videncias”, Mari tuvo contacto con esos avisos. Viajaba en un auto de regreso a su casa, después de pasar un cumpleaños familiar. Al subirse al coche la recorrió un escalofrío y tuvo pensamientos que no supo interpretar. Durante el trayecto, un hombre cayó fulminado de un ataque cardíaco, tal cual “la imagen que había visto, como una premonición, minutos antes. Yo no lo conocía, pero supe lo que había pasado”, recuerda la mujer. “Esa noche no pude dormir.  Ahí si tuve miedo. Una experiencia muy fuerte. Y me pregunté, ¿por qué a mí, si soy una mujer común y corriente?- Solo con el tiempo pude responderme eso”, desliza.

Su respuesta está en las cientos de personas que se acercan a ella, a su casa y al Santuario. “Yo soy la que muestra, la que enseña”, sostiene.

“El ser humano tiene dos vidas: la vida y la muerte. Nadie vino para quedarse”, recuerda al final.

Mala fama

Para Mari no hay maldad en el Santo, lo que pasa es que “tiene mala fama”. “Los deseos son delas personas. La maldición es el mal deseo de alguien. Yo no juzgo a nadie que viene con fe. Recibo con abrazos, con palabras. Hay mucha gente que vive vidas vacías, sin propósitos”, reflexiona. “Mucha gente dice: qué viene a hacer acá la bruja. Pero yo estoy segura de lo que hago, tengo contacto con mi Dios, y voy cuando no hay nadie”, admite.

A ella le gustaría ser bien recibida por la Iglesia. “Voy cuando está vacía, porque de otro modo me siento rechazada. No por Dios, sino por las personas. Una vez atendí a un cura”, desliza, a la vez que se niega en rotundo a revelar la identidad del sacerdote.

“Vino a probarme. Pero él es una persona como nosotros, no es un santo. Vino sin decirme que era cura, pero me di cuenta, usaba su anillo. El hombre no podía dormir de la preocupación, eran problemas familiares”, resumió. “Yo lo escucho, pero usted dígame porqué. Siempre quise tener un cura delante para preguntarle porqué el desprecio”, disparó.

“Me explicó que Jesús venció a la muerte, entonces la muerte no puede enseñar nada. Pero se olvidan que es un espíritu”, reclama Mari.

LA CITA

  • “No hay un San la Muerte bueno y uno malo. Los deseos son de las personas. El Señor es un espíritu”, repite.

Por esa convicción, Mari descree de la práctica de tatuarse a la imagen del Santo y la de incrustarse figurillas talladas en hueso. “Con la fe alcanza”, sostiene.

“El jamás me dijo: andá a delinquir que yo te voy a proteger. Él siempre me habla en sueños, me muestra qué quiere para él. Nuestras oraciones son por la salud, por la familia, por la unión, por tener un techo, por trabajo. Los deseos son de las personas, cada uno es quien puede desear cosas buenas o malas, no el Santito”, insiste.

Los elegidos de San La Muerte

Procesión

Una larga fila de servidores termina, en la tarde del 15 de agosto, todo un día de festejos. Hubo comilona, con más de 30 tortas en su honor, todas decoradas con la corona del Santo. Los colores blanco y amarillo, que paradójicamente replican la liturgia de la iglesia (esa misma que los rechaza) se multiplica en guirnaldas y banderas.

Con estandartes, flamean las que portan los servidores, y en cada una se inscribe cada año – desde hace 41 – en que se cumplió la tradición del festejo y procesión.

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A la cabeza de la fila, que completa casi una cuadra, se ubica Mari. Sobre sus hombros, porta la imagen del Santo. Ahora toca el momento de sacarlo por el barrio, con rezos y oraciones – como cualquier otra procesión católica – para dar el cierre a las celebraciones.

El barrio se paraliza. Ya no suena chamamé, que acompaño toda la jornada, aunque el olor a torta parrilla todavía sobrevuela en el aire. Los autos se detienen y dejan pasar a la multitud. En los rostros de los conductores se ve respeto, pero también se adivina algo de temor.

El fenómeno, que tiene su réplica cada 15 de agosto, suma cada vez a más gente.  “A algunos que no lo conocen los atrae o los aterra. Hay mucha gente que necesita protección y se ampara en la fe. Yo recibo a todos”, dice Mari.

Las velas encendidas, entre murmullos y oraciones, bajan por la calle hacia la avenida Cazadores. Ellos, fueron elegidos.

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